jueves, 23 de octubre de 2008

Recuerdos de un campo de albero


Corría el año 1994, el protagonista de esta historia tenía 14 años. Como prácticamente cada niño sevillano su pasión era el fútbol, pero no verlo sino practicarlo. Este adolescente no jugaba del todo mal al deporte rey y su sueño era jugar en el equipo de sus amores, el Sevilla.
Pues bien, a todo esto su padre, al que le debía toda está pasión por sus colores, se enteró que el Sevilla iba a hacer como cada año pruebas de ingreso para entrar en su cantera. El niño convenció a su padre para que lo llevara a realizarlas, ya que estaba seguro de que las pasaría, el progenitor sabía que su hijo no tenía ninguna posibilidad, pues aunque no se le daba del todo mal la pelota no tenía el talento necesario para ello. Al no querer quitarle la ilusión le animo a que se entrenara para poder llegar en el mejor estado de forma posible. Miguel, a si se llamaba el chico, no dejo de entrenarse todos los días para ir preparado a su cita con la historia, ¡no podía fallarle a su padre que tanto confiaba en él!
Al llegar el día de la prueba se calzo sus mejores botas multitaco de marca "Marco", sus calzonas del Sevilla y una camiseta blanca. Al llegar a la ciudad deportiva los nervios por empezar le estaban comiendo, este chico siempre fue observador, curioso o lo que ustedes quieran llamarle, al echar un vistazo a su alrededor vio que la gente de su edad eran todos formidables atletas, altos, fuertes, etc. El no era más que un enclenque, pero aunque esto lo desanimó un poco rápidamente la mano de su padre toco su hombro para darle ánimos, eso le reconfortó y le dio confianza.
La prueba era conducida por uno de los mitos vivientes del sevillismo, Baby Acosta. Éste explicó que la prueba consistiría en un partido once contra once en un campo de albero. Seguidamente se dispuso a preguntar cueles eran las posiciones de cada uno de los futbolistas. Miguel levantó su mano cuando pregunto Baby quién era delantero. Así pues, los dos equipos estaban totalmente definidos y situados en el centro del campo con nuestro protagonista en la punta del ataque del equipo B.
Empieza el partido. A los pocos minutos Miguel se empezó a dar cuenta de que algo iba mal. No tocaba una pelota, pues cuando ésta se quedaba en el piso cada jugador intentaba hacer la guerra por su cuenta, regateando a todo el que le saliera al paso, ¡así era imposible tocar una! Como estrategia nuestro joven protagonista decidió que iría a todos lo balones aéreos, ya que todos se apartaban y la dejaban botar debido a la extrema dureza de estos, así demostraría su valentía. Por supuesto ni se le ocurrió meter su cabeza, iría siempre con el pie. Los resultados como se pueden imaginar fueron nefastos. La pelota era una roca y requería una técnica depuradísima para poder controlar un balón con ese grado de dificultad, uno a uno todos los saques del portero que intentó controlar se iban para Brenes. Miguel estaba desolado.
El partido seguía el guión establecido y se sacó un corner, al que Miguel se quedo fuera del área a esperar el rechace, puesto que sabía que su disparo era más que aceptable. El saque de esquina se sacó y el otro compañero de delantera de Miguel marcó un gol de cabeza antológico, marcando los tiempos perfectamente al más puro estilo Zamorano.
Bien el partido tocaba a su fin y él no había hecho nada de nada, pero he ahí que Miguel todavía iba a tener una oportunidad de demostrar su valía. Le dieron una pase al espacio, controló de manera perfecta y desde fuera del área batió al portero con una buena vaselina (aunque quedo algo deslucida ya que la toco el portero antes de entrar), golazo, aunque en fuera de juego según Baby Acosta, que en ese mismo instante daba por terminada la prueba. Todo había finalizado y había que esperar el veredicto del entrenador. Uno a uno fue llamando a los jugadores que más le habían gustado, hasta que se fijo en Miguel y le dijo que volviera la semana que viene, éste no cabía en si de gozo, ¡había pasado la prueba!, pero en ese instante Baby le preguntó si había sido él el que marcó el gol de cabeza. Miguel sincero, le contestó que ese era el otro delantero y Baby se disculpó diciéndole que se había equivocado, que quien tenía que volver era el otro, que lo sentía.
Miguel volvió a lado de su padre desconsolado, éste le consoló diciendo que lo había intentado y que era hora de aceptar la verdad. No valía para el fútbol de élite, pero que no era ninguna tragedia, además se había dejado la piel en el campo y estaba orgulloso de su hijo.
Miguel miro al campo de fútbol y luego a su padre y le contestó que ahora eso no le importaba nada. Lo único que contaba era que no iba a jugar en el Sevilla.
Hoy en día ese hijo está orgulloso de lo que le dijo su padre y le agradece desde lo más profundo de su alma esas palabras que al paso de los años volvieron a tomar valor para él.